La penitencia. ¿Por qué debo de hacer penitencia?. Quizás te has preguntado esto muchas veces. Es normal. Si quieres saber por qué, sigue leyendo!
Te voy a contar una historia. Erase una vez un hombre que mató a otro por odio. Por la misericordia de Dios, al poco tiempo, se arrepintió y fue a confesarse con un sacerdote. -“Padre, he cometido un crimen muy grave”. -“Más grande es la misericordia de Dios”, dijo el sacerdote. El hombre contó su crimen con ciertos detalles. El sacerdote, que era joven y fuerte, se sintió visiblemente conmovido. Le dijo: “Hijo mío, con mucho gozo en el corazón te daré el perdón de Dios, pero como es tan grave ese pecado debo ponerte una grave penitencia”. El hombre, agradecido, dijo: “La que sea Padre, la cumpliré”. El sacerdote siguió: “Vas a ir al pie de una colina cercana que tienen 500 metros de altura. Llenas un saco de piedras hasta que pese 50 quilos y llévalo hasta la cima”.
El hombre fue y llenó el saco de 50 kilos de piedras, se lo cargó al hombro y al cabo de unos minutos, cuando aún le faltaba mucho sintió que no podía más. Entonces miró atrás y vio que el mismo sacerdote con el que se había confesado se acercaba siguiéndole. Le dijo suplicante: “Padre, no puedo más, póngame otra penitencia”. Pero el sacerdote respondió: “Es necesario que caigas en la cuenta de la gravedad de tu pecado y sufras una pena como penitencia, pero yo te voy a ayudar”. El sacerdote abrió el saco y retiró una piedra de un quilo, se la dio al hombre y los restantes 49 quilos los cargó él mismo al hombro diciendo: “Vamos arriba”.
El hombre con su quilito de piedra estaba muy conmovido por la caridad del sacerdote que sudaba y sudaba con el saco. Hasta que al final le preguntó: “¿Cómo te llamas?”. El sacerdote entristecido le dijo: “Soy el Padre Juan, el hijo del hombre que usted mató el otro día. Sigamos”. El hombre quedó estupefacto, confuso y siguió al sacerdote cada vez más jadeante. Por fin, cuando llegaron, al sacerdote se le paró el corazón y cayó bajo el pesado saco de piedras. Había sufrido por aquel hombre que mató a su padre.
¿Quién es ese Sacerdote que subió a la cima llevando nuestro castigo? ¿Qué es ese quilito de piedra que nos toca llevar a nosotros? ¿Quién es ese hombre asesinado sino el honor de Dios Padre ultrajado por nuestros pecados? Cambiemos el final: Imagínate que el hombre criminal, cuando se entera que ese sacerdote que le está ayudando es el hijo de su víctima, comenzara a gritar: “Toma tú también esta piedra y hazlo todo ya que eres tan fuerte y déjame en paz, que ya tengo bastante con cumplir los mandamientos y aguantar las penas de esta vida, sube arriba sólo y muérete, que yo me vuelvo a pasarlo bien”. Así somos…
¿Qué es nuestra crucecita comparada con la que Jesús cargó por nosotros? Ese es el sentido de la penitencia a la que nos invita la Cuaresma. La Iglesia manda que los fieles comiencen este tiempo litúrgico con un ayuno y abstinencia de carne, y entre los que están en la edad de cumplirlo, a pesar de ser dos veces al año nada más, la mayoría no lo hace. Hacer penitencia es manifestar la contrición interior negándose placeres lícitos e imponiéndose obras costosas que no son obligatorias. Un católico penitente va más allá de lo mínimo que pide la Iglesia y no deja sólo a Cristo en el Calvario.
La penitencia voluntaria relaja el rostro airado de Dios por el pecado. No es que Dios se goce de vernos sufrir, pero nuestro dolor frena su justa indignación. Imagínate que un día vas por la calle y un joven chuta el balón y te rompe las gafas. Te vas hacia él para pedirle cuentas. Si encima le ves que se está riendo de ti y no le importa tu pérdida ¿qué sentirías? Pero cómo cambiarían tus sentimientos si al llegar lo ves llorando porque el chico se cayó rompiéndose una pierna. Te olvidas de tus gafas, le ayudas y hasta te gastas dinero para que pronto vaya a un hospital. Somos imagen y semejanza de Dios. ¿Cuánto más El estará airado por nuestro pecado al ser plenamente voluntario y sin penitencia? ¿Cuánto más El mostrará misericordia si, no por accidente, sino por contrición, nos ve haciendo penitencia?
Muchos textos del magisterio de la Iglesia podría mostrar sobre la necesidad de la penitencia voluntaria y externa, no sólo por resignación, por ejemplo:
“La penitencia del tiempo cuaresmal no debe ser sólo interna e individual, sino también externa y social. Foméntese la práctica penitencial de acuerdo con las posibilidades de nuestro tiempo” (Concilio Vaticano II. Sacrosanctum Concilium, 110).
Esto es una doctrina revelada por Dios claramente en toda la Biblia, por ejemplo en San Pablo:
“Sino que golpeo mi cuerpo y lo esclavizo; no sea que, habiendo proclamado a los demás, resulte yo mismo descalificado”. (1Cor. 9,27) “Por tanto, mortificad vuestros miembros terrenos.” (Col 3,5) “Como entregasteis vuestros miembros como esclavos a la impureza, así ahora entregad vuestros miembros, como esclavos, a la justicia para la santidad.” (Rm. 6,19).
San Pablo habla de “justicia”, pues también es doctrina católica que el pecado tiene reato de culpa (del que nos podemos librar por la confesión) y reato de pena (del que nos libramos por la penitencia en este mundo o por el purgatorio en el otro).
En este tiempo de Cuaresma comienza generosamente tu carrera penitencial, sobre todo para consolar al Corazón de Cristo tan herido por los pecados crecientes del mundo moderno.
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