¿PARA QUE TE CASAS?

Un día ves a tu amigo que está viviendo con su familia bajo un techo lleno de goteras en pleno invierno. Quieres ayudarle antes de que enferme. Le das tu sueldo de dos meses para que repare su casa y viva con dignidad. El acepta complacido tu dinero. Pasa el tiempo y decides visitarlo. Ves con sorpresa que sigue con el techo fatal. ¿Qué has hecho con el dinero? Me fui solito 15 días a Hawai. ¿Cómo te sentirías?

Dios nos da desde el principio de la creación el matrimonio para dos fines principalmente que no se han de contraponer, sino que uno es ayuda para el otro: “El matrimonio y el amor conyugal están ordenados a la procreación de la prole” (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes n° 50). Por lo tanto, no cabe pensar que la procreación va contra el amor conyugal.

Difundidísimo y terrible error es utilizar el matrimonio y la sexualidad, para un fin distinto del que tienen puesto por Dios, según se demostró en un artículo anterior, titulado: “Las Cuatro Falsificaciones Del Amor Conyugal”, ¿Cómo se sentirá El? ¿Quiénes se casan para ayudarse a formar una familia numerosa y ejemplar, para que haya más hijos de Dios y santos en el Cielo? Hoy se casan muchos para pasarlo bien, para disfrutar de sexo gratis, para ahorrar dinero, para que me protejan, para no estar solo… por puro egoísmo. Por eso cada vez más divorcios, violencia familiar, hijos traumatizados… Como el que usa un reloj para pelar almendras, se usa el matrimonio para lo que no es.

Dios nos da el matrimonio y la sexualidad para un fin y lo usamos para otro, la catástrofe.

Voy a exponer un problema comunísimo de la cultura moderna respecto al matrimonio: Una pareja se casa, los dos quieren trabajar y ganar su dinerito. En ese proyecto los hijos son una molestia, a todo lo más uno o dos para que hereden y hacerlos máquinas de ganar dinero, parece que para ellos el obrero y el campesino no vale la pena que existan. La mujer por naturaleza no necesita tanto el sexo, pero el marido hierve de pasión. San Pablo nos dice claramente que uno tiene derecho al cuerpo del otro, es lo que se llama el débito conyugal, a no ser que medie causa grave (1Cor 7,4). Pero la mujer le dice que no quiere hijos, porque quiere seguir trabajando: “¡O anticonceptivo o te aguantas!”. El marido, a no ser que sea de mucha oración, no aguanta. A caballo del pecado mortal entra el demonio y sale Dios de esa familia, con toda la ayuda sobrenatural que da el sacramento del matrimonio vivido en gracia de Dios.

Si el marido no se aguanta y peca con su esposa, ¿por qué se va a aguantar delante de otra? El pecado llama al pecado, el egoísmo al egoísmo. Y vuelve la mujer: ¡Hoy no tengo ganas! Y el marido, que sin la gracia de Dios tiende cada vez más a la animalidad, se emborracha de pornografía, y después sexólico perdido. Al poco tiempo se acabó todo, también la supuesta felicidad que pretendían con su maravilloso plan antimatrimonio. Usaron el reloj para pelar almendras, no pelaron ni una y se quedaron sin reloj. Esto es lo cotidiano… Pero luego viene el problema de los hijos: Mis padres se pelean, se separan… ¿para qué casarme? Y así se hace una cadena que destruye los cimientos de sociedades enteras. ¿La raíz? El don maravilloso del sexo fuera de control, lo más destructivo. En el artículo anterior ya se trató de las falsificaciones del amor conyugal. Ahora vamos a lo positivo para no caer en esa cadena.

El matrimonio es para buscar el bien del otro, del cónyuge y de los hijos, en Dios, para que ese bien se comparta en el Cielo. Si el matrimonio no es para la eternidad no tiene sentido, no somos animales. Por eso el sacramento del matrimonio es símbolo de la unión matrimonial de Cristo con su Iglesia. Él se sacrificó para hacerla feliz para siempre. El cónyuge lo mismo para con su consorte, y en ese no egoísmo ya tienen el ciento por uno en la tierra de felicidad para sí mismos. Ese amor cristiano solo es posible viviendo en gracia de Dios por la oración y los sacramentos. Ese no egoísmo incluye el fin de los hijos. Cuantos más mejor, siempre que se puedan educar dignamente. Es mejor que un ser humano exista, aunque muera pronto y vaya al Cielo, que si nunca existiese por miedo a que exista poco tiempo en la tierra. Pero para que este hogar de multitud de predestinados sea posible es muy importante que la mujer recupere su enorme dignidad como madre y ama de casa. ¿Y el marido qué? “El varón juega un papel igualmente decisivo en la vida familiar, especialmente en la protección y el sostenimiento de la esposa y los hijos” (Papa Francisco, Amoris Letitia, 55). La familia tradicional así entendida ha dado pruebas de estabilidad y orden inmensamente superior al proyecto modernista de hoy, y esto durante siglos, contra los hechos no hay razones. Tampoco la Iglesia en esto ha cambiado: “Vosotras, las mujeres, tenéis siempre como misión la guarda del hogar, el amor a las fuentes de la vida, el sentido de la cuna… velad por el porvenir de nuestra especie… Esposas, madres de familia, primeras educadoras del género humano en el secreto de los hogares” (Mensajes del Concilio Vaticano II a la humanidad). No está mal que las mujeres casadas trabajen fuera de casa, siempre y cuando esto no dificulte su misión principal que madres y educadoras de sus hijos.

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