LA MAYOR TRAMPA DE NUESTROS DIAS

La mayor trampa de nuestros días que más engulle almas al infierno es el pecado de presunción, es decir, esperar lo que Dios no ha prometido, la salvación sin cumplir todos sus mandamientos, o en otras palabras, que la condenación eterna es sólo para los más criminales endurecidos, que es difícil perder el alma para siempre, sin embargo San Juan María Vianney decía que el infierno está lleno de “buenas voluntades”.

En todas tus acciones acuérdate de tus postrimerías, y nunca jamás pecarás. (Ecli. 7,40)

Hoy el temor de Dios es tabú, ¡Háblenos sólo del amor a Dios!

Si no se empieza por el temor a servir a Dios, nunca se llegará a amarle. (San Agustín).

La mayoría de las personas que viven habitualmente en pecado son insensibles al Amor de Dios, porque no lo aman, por eso hay que socorrerlos del camino de la perdición por lo que más les impresione: si no puedo despertarte ahora por el amor que no tienes, por amor a ti tendré que despertarte por el temor que sí tienes, el de la muerte eterna.

“No se nos mande como a siervos malos y perezosos ir al fuego eterno, a las tinieblas, donde habrá llanto y rechinar de dientes”. (Vaticano II, LG. 48)

Si sólo el pensar en el infierno os trastorna la cabeza, ¿qué será caer en él? Pues mejor es pensarlo ahora y no caer más tarde. (San Juan Bosco)

Dios es infinitamente misericordioso, pero respeta la libertad humana.

Dios quiere que todos los hombres se salven, pero no a la fuerza, sino libremente.

Dios da a todas las personas los medios suficientes para que se puedan salvar, si alguien se condena es sólo por su culpa.

Dios Padre mostró estas verdades claramente enviando a su querido Hijo para salvarnos en la Cruz.

En el Cielo no puede entrar el pecado, es incompatible con la Vida Eterna y la Santidad de Dios.

Explicar cómo salvarse es lo mismo que explicar cómo librarse del infierno.

Este artículo es sólo para los que tienen humildad. ¿Quieren descubrir a una persona retorcida por la soberbia? Pronuncien delante de ella la palabra “infierno”. Los niños, como son humildes, no se asustan de esta palabra. Aquí voy a decir cosas que se necesita humildad para entenderlas y acogerlas, “porque de los que son como los niños entrarán en el Reino de los Cielos”.

¿Qué es necesario para condenarse eternamente? Tres cosas no más muy fáciles de suceder.

Primero: Cometer un pecado mortal.

CON UN ACTO EN MATERIA GRAVE SE COMETE PECADO MORTAL: El Catecismo dice qué es materia grave (ej: no ir a misa un domingo pudiendo ir, nº 2181).

  1. “El pecado mortal… presupone el conocimiento del carácter pecaminoso del acto… La ignorancia afectada y el endurecimiento del corazón no disminuyen, sino aumentan, el carácter voluntario del pecado”.
  2. “El pecado mortal entraña la pérdida de la caridad y la privación de la gracia santificante, es decir, del estado de gracia. Si no es rescatado por el arrepentimiento y el perdón de Dios, causa la exclusión del Reino de Cristo y la muerte eterna del infierno… Sin embargo, aunque podamos juzgar que un acto es en sí una falta grave, el juicio sobre las personas debemos confiarlo a la justicia y a la misericordia de Dios”.

Segundo: No querer confesarse bien con un sacerdote.

Querer confesarse BIEN es necesario para el perdón del pecado mortal (Catecismo nº 1452).

Si no quiero decir un pecado mortal en la confesión por vergüenza o porque no lo quiero reconocer por soberbia (yo que rezo tanto, ya tantos años en gracia…) Dios no lo perdona, ni ése ni los otros que diga y me convierto en un nido de sacrilegios que me conducen a la condenación de los hipócritas que no pueden engañar a Dios. En el Juicio Final habrá muchas sorpresas.

“Cuando el lobo va a robar una oveja, se lanza a la garganta para impedir que vale y pida socorro; así la robará y devorará con seguridad. De igual forma trata el demonio a tantas pobres ovejas de Jesucristo: las hace caer en pecado y luego se lanza a la garganta para impedir que se confiesen, y finalmente las precipita en el infierno”. (San Agustín)

 

Otra manera de confesarse mal es no dejar la ocasión próxima de pecado grave pudiéndolo hacer (ej: un joven pornócrata-móvil, un menor de edad que peca con su chica…). “Si tu ojo derecho te escandaliza arráncatelo, más te vale entrar en el Reino de los Cielos con un ojo que…” (Mt 5,29). Nunca el mundo ha sido una máquina tan eficaz para condenar almas como hoy. ¿Por eso vamos a ser más blandos? ¿Acaso la misericordia consiste en callar cuando viene la fiera? Ahora la Iglesia debe ser más firme que nunca, precisamente por verdadera misericordia.

Tercero: Morir en pecado mortal.

UN PECADO MORTAL + MUERTE = CONDENACIÓN ETERNA:

“Las almas que mueren en pecado mortal bajan inmediatamente al infierno, para ser castigadas”. (Concilio de Florencia, XVII Ecuménico)

Según la Carta a los Hebreos hay “una sola muerte y después el juicio” (9,27).

La mayoría de las muertes, sobre todo hoy día, son repentinas… y de Dios nadie se ríe, tiene dignidad.

¿Son pocos los que se salvan?

El Magisterio de la Iglesia no lo dice, vamos a ver el magisterio de numerosos Santos Padres de la Iglesia y Santos Doctores de la Iglesia, y que cada uno juzgue con objetividad:

  1. Realmente son pocos los que se salvan. (San Bernardo, Pat. Lat. T. 183. Col. 96)
  2. Los que se salvan son seguramente el pequeño número. Son pocos los que se salvan en comparación de los que se pierden. (San Agustín, Serm. CVI, dies de verbis Domini XXXII)
  3. ¿Quién sabe en qué pequeño número seréis entre vosotros los elegidos de Dios? (San Gregorio Magno Papa, Hom. XIX in Evang. 5)
  4. Es el pequeño número que se salva. (Santo Tomás de Aquino, Sum. I Pars. Q. XXIII a. 7)
  5. Que nadie crea que el número de los escogidos sobrepasará al de los réprobos. La misma cosa podemos decir a proporción de los cristianos. (San Roberto Belarmino, Libro I, cap. VI, De gemitu columbae).
  6. Colócate en el pequeño número. El bien es raro, pocos son los que entran en el Reino de los Cielos. (San Basilio, Serm. De Ren. Solculi)

Otros santos con la misma sentencia: San Atanasio, San Juan Crisóstomo, San Buenaventura, San Pedro Canisio, San Bernardo, San Anselmo, San Vicente Ferrer, San Pedro Julián Eymard, San Luis Grignon… No he encontrado a ningún santo canonizado que tenga la sentencia contraria de que la mayoría se salva.

Con este sentir unánime de los santos citados ya podemos decir que hay que hacer para formar parte de la Iglesia Triunfante: SER DISTINTO. Ser del corto número yendo contracorriente en el cumplimiento delicado y fiel de los diez mandamientos. No dejarse llevar por las modas o costumbres depravadas de hoy día sino por la razón iluminada por una fe fiel al Magisterio de la Iglesia antiguo y nuevo.

Son muy pocos los que observan una conducta cristiana, pues la mayor parte sólo tienen de cristianos el nombre (San Alfonso Mª de Ligorio).

Este artículo puede abrir los ojos a muchos y salvar muchas almas. La Santísima Virgen lo promocione.

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