ADVIENTO: PREPÁRATE ESPIRITUALMENTE PARA LA NAVIDAD

El Adviento es un tiempo litúrgico que nos prepara espiritualmente para recibir al Niño Dios en la Navidad, así como la Cuaresma es la preparación para la Pascua de Resurrección. Forma parte, por tanto, de la santificación del tiempo que nos propone la Iglesia durante el año. 

El sacerdote en la Santa Misa se viste con casulla de color morado, como en Cuaresma. Este color recuerda la penitencia que hemos de hacer por nuestros pecados para convertirnos a Dios y recibir sus gracias.

¿Por qué decimos que esperamos el nacimiento del Niño Jesús en cada Navidad si ya nació una sola vez hace 20 siglos?

La clave para entender esto está en lo que le dijo Jesús a Pedro cuando le prometió ser el primer Papa de la Iglesia: “Lo que ates en la tierra quedará atado en el Cielo” (Mt. 16,19). Con esta promesa, Dios se acopla a las leyes de la Iglesia para distribuir sus gracias.

Si la Iglesia conmemora el nacimiento del Hijo de Dios el 25 de diciembre, Dios se compromete a renovar de una manera especial en ese tiempo las innumerables gracias que regaló al mundo en el tiempo de su real Nacimiento. Por eso, esperamos los mismos efectos en fuerza, poder y misericordia en cada Navidad. Como si fuera la primera Navidad de Belén.

Precisamente el Adviento nos invita a prepararnos para recibir ese inmenso cúmulo de gracias que nos ofrece la Navidad mediante el esfuerzo de la propia conversión. Cuanto mejor dispuestos vivamos el Adviento mayores serán las bendiciones de Dios en la Navidad.

Pero, desgraciadamente, no es raro hoy al principio del Adviento oír a personas que ya cantan la Navidad ignorando totalmente la existencia del Adviento. Esto es un indicio de la mentalidad materialista de hoy que tiende a profanar lo más sagrado reduciéndolo a una montaña de regalos.

Aprovechemos el Adviento.

¿Cómo? Empezando por tener cada vez más lejos el pecado, especialmente el pecado mortal. Si el pecado grave habita en nuestro corazón, la Navidad no tendrá que ver nada con nosotros. Así, de hecho, rechazaríamos al Niño de Belén.

Pero ¿qué entendemos por el pecado mortal?

Unos creen que sólo se puede cometer este pecado con actos criminales como robar o matar -o con una repetición de actos graves- no con uno sólo que se comete por debilidad. Pero esto está abiertamente contra el Magisterio de la Iglesia. Nos dice el Catecismo oficial de la Iglesia Católica: “El pecado es una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna” (1871).

“El pecado es un acto contrario a la razón” (1872). Cuando este ACTO versa sobre una cosa grave, por ejemplo, faltar a Misa un domingo pudiendo ir (2181), y hay “plena conciencia y entero consentimiento” (1859) llega a ser un pecado mortal.

Otros muchos creen que por un solo pecado mortal no se pierde la Vida Eterna y se puede estar con Dios. Este engaño de Satanás esconde la verdad del Magisterio en el Catecismo: “El pecado mortal… entraña la pérdida de la caridad -del amor a Dios- y la privación de la gracia santificante. Es decir: el Estado de Gracia.

Si no es rescatado por el arrepentimiento y el perdón de Dios, causa la exclusión del Reino de Cristo y la muerte eterna del infierno” (1861).

Otros se engañan a sí mismos pensando que con arrepentirse delante de Dios de un pecado grave ya no es necesario hacer más para reconciliarse con ÉL. Pero resulta que nos dice el Catecismo: “La confesión individual e íntegra y la absolución continúan siendo el único modo ordinario para que los fieles se reconcilien con Dios y con la Iglesia, a no ser que una imposibilidad física o moral excuse de este modo de confesión” (1484).

Así que la conclusión es lógica. Lo primero que hay que hacer para vivir bien el Adviento y prepararse para las grandes bendiciones de la Navidad es estar en gracia de Dios. Y en caso de pecado grave confesarse bien con un sacerdote cuanto antes. Sin esto, todas las demás devociones y obras buenas serán construir sobre arena y andar como sonámbulos camino de la eterna perdición.

También el tiempo de Adviento nos recuerda la espera de la Iglesia de la Segunda Venida de Cristo en gloria y poder. Sólo Dios sabe la fecha, a pesar de los múltiples intentos fallidos de adivinación de varias sectas protestantes. En la muerte también esperamos esta venida de Cristo para juzgarnos según nuestras obras y el cumplimento de sus mandamientos.

Una vez que vivimos en gracia de Dios, cumpliendo su ley en lo más importante, podemos construir en roca firme -en nuestro corazón- el pesebre en el que nacerá el Niño Jesús. No en carne, sino en poder, amor y misericordia. Él nos colmará de regalos sobrenaturales cuanto más confortable hayamos preparado ese pesebre mediante la oración, la penitencia y las obras de misericordia.

Así las cosas, acudamos con confianza a Nuestra Señora del Encuentro con Dios para que no nos cansemos. Así que a correr con un ardiente deseo. No empequeñezcamos a Dios con nuestra falta de fe.

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