Seguro que conoces a más de un misionero que ha sido capaz de viajar muy lejos, dejando trabajo, familia y dinero, para extender el Evangelio.
Es admirable, ¿verdad?
Si bien esta es una forma de hacer apostolado querida por Dios, no es la única. No necesariamente es la más adecuada para todo el mundo.
1. El misionero perfecto existe
Si existiese un secreto para ser un santo misionero, éste sería el amor a Dios.
El misionero perfecto es aquél que acierta a trabajar en la viña donde le envía el Señor, esté cerca o esté lejos. Lo esencial del misionero es que vaya a donde Dios lo requiere para hacer lo que Dios le pide. Prueba de ello es que Santa Teresita de Lisieux, sin salir del Carmelo, se convirtió en “Patrona de las misiones”.
Entonces, ¿cómo puedo saber dónde me quiere Dios?
Déjate guiar. Será mucho más fácil acertar en esto, que es esencial, si confías en una autoridad de la Iglesia, en vez de guiarte por tu propio juicio.
Si sientes que Dios te llama a viajar a tierras lejanas, puedes acudir al Obispo de tu diócesis o a una organización católica. Si no te sientes inspirado a viajar, ni perteneces a ninguna asociación, puedes acudir a tu párroco para empezar a averiguar lo que Dios quiere de ti.
En cualquier caso, el misionero siempre es enviado por parte de la Iglesia, no por cuenta propia.
2. No tienes que dejar tu país ni a tu familia para ser un auténtico misionero
Ahora ya sabes que no es necesario dejar tu trabajo, ni tu país o familia para ser un santo misionero. Cuando Jesús dice a los primeros cristianos antes de la Ascensión “Id al mundo entero”, no se refiere a que todos tengan que ir a todas partes, sino que entre todos se vaya al mundo entero. Cuando Jesús dice que “El que no deja padre, madre, etc… no puede ser mi discípulo”, esto se ha de entender en el orden de la importancia; poner cada cosa en su lugar.
Jesús quiere que estés siempre dispuesto a hacer lo que Él te pida. De esta forma, puede ser que te pida ser misionero sin separarte de tu familia, tu país, etc.
3. También los seglares, solteros o casados, son misioneros
Se comprende fácilmente que los misioneros no son necesariamente personas consagradas por la profesión de los consejos evangélicos -como los religiosos-, ni por el sacramento del Orden. Pueden ser también seglares, solteros o casados. Cada uno en la vocación que Dios le ha dado. Pero eso sí, todos misioneros, enviados por Dios, representando a su Iglesia, no por libre. Eso es precisamente lo que queremos en Lumen Dei, tanto seglares como consagrados, vivir nuestra vocación misionera.
El problema se suscita cuando cada uno ya no busca el mayor bien del Cuerpo Místico sino su bien particular. Entonces ya no le interesa investigar, preguntar, pedir ayuda para saber la voluntad de Dios; por ejemplo, haciendo unos ejercicios espirituales en ambiente de recogimiento y oración.
4. El misionero es el mensajero
El misionero es enviado, no para llevar su propio mensaje, sino el de Aquél que lo envía: Jesucristo.
El fin principal de todo cristiano, no sólo de los consagrados, es ser luz de Dios allí donde esté; ser un evangelio personificado, para atraer a todos a la salvación. Y esto a través de su trabajo, su familia ejemplar, su apostolado… No se trata de pasarlo bien sin pecar y dedicar el tiempo libre al Evangelio. Se trata de encarnar el Evangelio.
Brota inmediatamente de las exigencias del bautismo la identificación total entre vida y misión evangelizadora, aunque haya que sufrir pérdidas terrenas y persecuciones dolorosas. A pesar de esto, el misionero es feliz. Porque unido a la Iglesia -no él sólo-, sabe que todo lo que hace, pase lo que pase, es útil para la eternidad. El misionero no se deja vencer por el desánimo.
“Tan alta vida espero que toda pena me da consuelo” (San Juan de la Cruz).
5. La prioridad del misionero: ayudar al más necesitado
Si bien es cierto que hemos afirmado que cada misionero tiene su lugar y encomienda particular, lo propio de un buen soldado es acudir donde la necesidad es extrema, donde está en juego el “todo o nada”.
Un buen misionero debe estar atento a las necesidades físicas y espirituales extremas de cualquier persona que esté en peligro. Y esto, sí es un trabajo de todos.
¡Cuántos hombres y mujeres mueren en pecado mortal en manos de Satanás porque nadie hace nada por ellos!… Si en nuestro camino tenemos la ocasión de asistir a un enfermo terminal, un accidentado grave… no nos quedemos nunca paralizados por una cobardía cruel.
Acércate, háblale de Dios, y ofrécele la visita de un sacerdote.
Y si esto es imposible, ejercita tu profesión misionera en el momento más acuciante y más grave.
Dile al oído: “Dios mío, perdóname”.
Excelente, gran aporte, bendiciones Lumen Dei.
Luis, muchas gracias por pasarte por el blog!! Saludos!!
Me encantó el artículo.
Estimado Manuel, nos alegra mucho que te guste. Gracias por pasarte por el blog!!. Saludos!!